PREVENIR LA VIOLENCIA
Las recientes escenas de un indeseable que “apaleaba y vejaba” sin piedad a una joven ecuatoriana en el Metro de Barcelona nos ha llenado de estupor e indignación a quienes ya empezamos a creer que podemos estar inmersos en una sociedad que “huele” a decadencia y degradación en los comportamientos, costumbres y actitudes vitales de un número importante de sus miembros o componentes.
Si el hecho en sí era ya profundamente despreciable y condenable por su brutalidad, lo realmente esperpéntico fue contemplar en Televisión cómo en una entrevista al “animalizado” individuo, volvía a hacer exaltación de su carácter violento culpando a la bebida de su irracional comportamiento inhumano y racista, pronunciaba una “aconsejada disculpa” a la joven y terminaba “chuleando” al medio que le entrevistaba porque tenía que “irse con su abuela” seguramente para cuidarla amorosamente.
O nos rebelamos contra este género de conductas cada vez más generalizadas y contra las causas que las propagan y enaltecen o entraremos de lleno en los albores de una crisis de valores cuyo resultado final puede ser dramático e impredecible.
Y es que la violencia se ha convertido desgraciadamente en un método de expresión muy habitual del hombre de hoy. La “violencia verbal” es ya una forma normal de “debatir” entre los participantes en programas llamados “reality shows” donde la agresividad mediante el insulto, la grosería, la mala educación e incluso el desprecio a la persona se han adueñado de los platós televisivos.
Este tipo de violencia también se ha trasladado a buena parte de nuestra clase política que, sin llegar todavía a las manos, ha perdido las buenas formas y maneras, componente necesario del debate político y parlamentario en una democracia, para convertirse en una desagradable espiral de uso de un leguaje zafio, agrio y barriobajero que demuestra la ausencia de argumentos de convicción sólidos y un muy escaso nivel intelectual.
El otro aspecto de la violencia, la “violencia física” está llegando a unas cotas muy alarmantes de protagonismo en nuestra vida diaria y que queda reflejada, a veces, con excesiva publicidad y exageración, en todos nuestros medios de comunicación. Numerosas investigaciones han llegado a la conclusión de que la violencia en los medios tiene efectos perversos como así lo asegura el profesor de la Universidad Católica de Milán Gianfranco Bettetini en esta triple aseveración:
– Un “efecto mimético directo”: niños y adultos expuestos a grandes dosis de espectáculos violentos pueden desarrollar con el tiempo actitudes favorables al uso de la violencia como medio para resolver los conflictos.
– Un “efecto de insensibilización”: los espectadores, sobre todo los niños, se pueden hacer menos sensibles a la violencia real del mundo que les circunda, menos sensibles al sufrimiento ajeno y más predispuesto a tolerar el aumento de la violencia en la vida social.
– Un “efecto de miedo” porque el público puede llegar a creer que la sociedad en la que vive se caracteriza por un elevado grado de violencia y peligrosidad y sobreestimar el índice de violencia real.
Resulta curioso, por otra parte, que en una sociedad como la española, que no es precisamente admiradora de los Estados Unidos, se “trague” diariamente una buena parte de series televisivas norteamericanas de argumento criminal que curiosamente suponen un 46% de su producción exterior.
Es por eso que debemos empeñarnos en que nuestros jóvenes reciban y vean en sus hogares, en los colegios, en Internet, en los medios de comunicación las imágenes ejemplarizantes y modelos de quienes trabajan diariamente por hacer un mundo más justo, más libre y más solidario desde el mundo de las artes, del deporte, de la ciencia, de la empresa o del trabajo…
Como decía Martin Luther King “nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos…” No debemos ser indiferentes, por tanto, a esta ola de violencia que es fácilmente combatible si consolidamos y nos fortalecemos en las dos instituciones que son pilares básicos para enfrentarse al problema: la familia que es “célula vital de la sociedad” y educadora por excelencia en los valores éticos y morales que deben rodear a todo buen ciudadano y la escuela, complemento de aquella, para aprender a respetar a los “otros” y educarse en los conocimientos científicos que hacen a la persona más culta y responsable.
Jorge Hernández Mollar
Ex Diputado al Parlamento Europeo del PP
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