Hay imágenes que revelan o retratan algunos de los grandes acontecimientos o momentos de la historia de la humanidad. El siglo pasado nos ha dejado en la retina gestas tan impresionantes como la primera pisada del hombre en la luna, la caída del muro de Berlín o la de imágenes tan crueles como la del campo de concentración de Auschwitz . En este siglo nada nos ha impactado tanto hasta hoy, como los ataques terroristas que han convulsionado el mundo por la muerte de tantos inocentes y que hemos visto reflejados en escenas tan dantescas como fueron la caída de las Torres Gemelas de Nueva York o el cobarde atentado terrorista en Atocha.
Pero el año 2020 pasará a la historia porque un endemoniado virus, bautizado científicamente como Covid-19, es capaz de silenciar, atemorizar y encerrar a los habitantes de nuestro planeta en sus hogares y refugios, además de condenar y ejecutar a una parte importante de ellos con la enfermedad y la muerte. El ser humano, que ya se creía cerca de descubrir su origen manipulando sus propios genes, creador de una inteligencia artificial capaz de acercarse al control de sus sentimientos o de convertirse en juez y señor de la vida y de la muerte, se ha encontrado desnudo e inerme ante un enemigo inesperado: la propia naturaleza que ha reaccionado con un minúsculo virus que ataca sin piedad las entrañas de su ser, lo debilita y reduce su capacidad inmunológica llegando en muchos casos a producirle la muerte.
Hace mas de dos mil años el evangelio de San Marcos narra fielmente los hechos que atemorizaron a un grupo de sencillos hombres que tuvieron miedo de naufragar en una tormenta cuando estaban subidos a una barca: ¿no es una descripción fiel de lo que ocurre hoy en nuestras ciudades, calles y plazas?
El Papa Francisco ha escogido este texto para iniciar su alocución con la que dirigirse al mundo desde la Plaza de San Pedro. Una plaza desnuda, vacía de hombres, mujeres, niños y ancianos. Con un caminar cansino, lento, solitario y, a la vez, sobrecogedor, llegó al atrio desde donde inició su oración pública: “Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos…”
“Estamos en medio de la tempestad y la tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto sus falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construidos nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades…”.
Si algo ha dejado al descubierto esta cruel pandemia es, como dice el Papa Francisco, nuestra vulnerabilidad, nuestra inseguridad y nuestro temor ante el dolor y la muerte: “ Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa, No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo.”
La espectacular retransmisión que nos ofreció 13TV, por cierto la única cadena privada española junto a Intereconomía que se dignaron hacerlo, además de reconfortar a millones de televidentes. fuesen católicos o no, nos invitó a reflexionar y a sentirnos unidos a la íntima soledad del Papa en su súplica más desgarradora: “¡Despierta, Señor!”.
Querido Jorge, Has recogido y expresado lo esencial de la palabra y el espíritu que transmitía el Papa , solo , en esa enorme plaza De San Pedro .
En un momento , al contemplar cómo andaba, el que es un hombre corpulento y decidido , con paso vacilante, me pareció como si llevase el también una Cruz a cuestas . Rodeado del imponente entorno de la Basílica De San Pedro , pensé : con lo sencillo que es estar con Dios y hablar con el, como los humanos , la iglesia , lo ha complicado tanto . Enormes y lujosas construcciones , complicadas liturgias y ceremonias , totalmente innecesarias para comunicarse con Dios para lo que solo hace falta amor. Si el Papa hubiese estado en una humilde ermita, rodeado de naturaleza , no nos habría sobrecogido tanto su inmensa soledad . Estaba solo porque estaba en un mundo que hemos creado para llenarlo de todo tipo de bienes , pero no de amor .No se cuanto ni cómo cambiará el mundo y sobre todo cada uno de nosotros después de esta vivencia , sospecho que volveremos a las andadas poco a poco, sin captar el profundo y revelador mensaje de este momento .
Bonito y acertado comentario Cristina.Ya sabes como es la condición humana, ahora todo está a flor de piel y nos mueve las emociones y la sensación de impotencia ante el enemigo viral y el desastre de gestión de los actuales mandatarios políticos tanto los nuestros como los del mundo, un verdadero desconcierto que es en el que parece que está sumido el hombre de hoy que se ha dejado arrastrar por los grandes avances tecnológicos y por el consumismo desaforado ys e ha olvidado de sí mismo, de pensar, de reflexionar y de trascender a su propia naturaleza que es la que le está castigando…como dices no sé si «regresará» a lo realmente importante que es amar la vida y todo lo que de bello tiene la naturaleza creada por Dios. Un beso grande y cuídate mucho.
Totalmente de acuerdo.
Es una pena que las grandes cadenas de televisión españolas no lo hayan retransmitido. Deberíamos prestar más atención a nuestro Papa porque es una de las mentes más extraordinarias de nuestro tiempo y sus enseñanzas buscan siempre lo mejor para la humanidad. Y, en política social, es insuperable.
Especialmente TVE que es pública y pagada con nuestros impuestos, es impresentable incluso el silencio de los corderos. Nos reconfortó mucho la profundidad de su oración y poder haberle acompañado. Un abrazo y gracias por el comentario
Impresionante el andar cansino y cojeando del Santo Padre, bajo una llovizna, por la plaza del Vaticano despoblada.
Manolo fué sobrecogedor todo el acto, desde su subida al atrio por aquella plaza desnuda, fria, con lluvia hasta su profunda oración ante la Virgen y el Cristo… una pena que TVE, pagado con nuestros impuestos, nos haya hurtado de ese momento histórico. Dios sabe más.
Impresionante el andar cansino y cojeando del Santo Padre, bajo una llovizna, por la plaza del Vaticano despoblada.
Enhorabuena Jorge