Acabamos de celebrar la fiesta civil que conmemora el 43 aniversario de nuestra Constitución y casi sin solución de continuidad, el 8 de Diciembre, celebramos también una de las festividades religiosas más entrañables y queridas entre la población mayoritariamente católica de España: la Inmaculada Concepción.
Declarada en el año 1708 Patrona de España por el Papa Clemente XIII, además del patronazgo que ejerce sobre algunas de sus instituciones y colectivos como el Arma de Infantería y otros cuerpos del Ejército, los Colegios Oficiales de Farmacéuticos e incluso las Facultades de Farmacia, su acogimiento como tal, resulta sin duda uno de los más hermosos privilegios que nos adorna como Nación al sentirnos bajo la protección y el cuidado maternal de la Virgen Inmaculada.
El dogma de la Inmaculada Concepción fue proclamado por el Beato Pio IX en la Bula Ineffabilis Deus el 8 de Diciembre de 1854: “ Y así ella, absolutamente siempre libre de toda mancha de pecado, toda hermosa y perfecta, posee una tal plenitud de inocencia y santidad, que no es posible concebir una mayor después de Dios, y nadie puede imaginar fuera de Dios”. Son palabras de una belleza extrema que definen, como una sinfonía de alabanzas, las cualidades más perfectas que se pueden dar en una mujer.
En este mundo de hoy tan vertiginoso, en el que, entre el ruido y la inmediatez que lo envuelve, no parece nada fácil descubrir la trascendencia de nuestra vida, sin embargo millones de cristianos en el mundo tenemos la certeza histórica de que una mujer concibió del Espíritu Santo al Hijo de Dios, como reza el credo de los Apóstoles.
Si a un hombre honesto y trabajador como fue a su desposado José, le debió resultar muy difícil comprender y aceptar el poder que sobre la naturaleza tiene Dios, es lógico que con la distancia de más de dos milenios, este hecho sobrenatural no esté al alcance de la comprensión humana, si no es bajo el conocimiento inspirado por la fe, la práctica de las oraciones marianas y la percepción real de su protección en momentos determinados de nuestra existencia.
Muchos poetas le han dirigido a la Madre de Dios en sus versos racimos de loas y alabanzas, pero en estos tiempos donde hay quienes estigmatizan el piropo a la mujer, conviene recordar que ya en el siglo XVI el gran Lope de Vega piropeó a la mujer más venerada y querida del universo: “Hermosa Virgen, si alabaros quiero/por hermosa, por virgen, por prudente,/noble, humilde, magnánima y valiente,/pues que en todo a todas os prefiero.”
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