Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle». (Mt 2,1-12)
Como vemos el evangelista no señala cuántos eran los magos que acudieron a Belén siguiendo la estrella que les marcaba el lugar de nacimiento de Jesús. La tradición es la que desde el siglo III los convirtió en tres reyes hasta nuestros días. Conviene saber que magos es una palabra de origen persa con la que se denominaban a los sacerdotes que buscaban a Dios a través de las estrellas y que del griego pasó al latín como magus y del latín hasta nuestra lengua castellana como magos.
La famosa cabalgata de los Reyes Magos que data del siglo XIX y que se celebra en España y en otros países hispanoamericanos la noche anterior a la festividad de la Epifanía, se ha convertido además de una rememoración de la adoración de los tres magos al niño Dios con la entrega del oro, incienso y mirra, en una ocasión para que los niños de los países donde se conmemora esta fiesta religiosa, reciban también juguetes y regalos en una noche inocente y mágica, precedida de una cabalgata festiva donde Melchor, Gaspar y Baltasar, se muestran gozosos y cargados de presentes transportados desde Oriente.
Así es como la vemos y sentimos quienes hemos tenido el gran privilegio de disfrutar de esta festividad enfundados en la ropa real de una de las tres majestades. Hay acontecimientos en la vida de un ser humano que dejan un sello indeleble en la memoria, como consecuencia de vivencias que han sido especialmente impactantes. El desgraciado intento de remover capciosamente esta tradición secular, me ha trasladado a un 5 de Enero de 1996 en el que junto a Melchor y Baltasar, desembarcamos en el puerto de Melilla, vestidos con dignidad real y portadores de zurrones repletos de dulces y regalos.
Los gritos y el jolgorio de la multitud de niños y niñas que se abalanzaban sobre nosotros aún resuenan en el silencio de mis recuerdos, al igual que sus manos que esperaban tocar nuestras vestimentas para convencerse de que en unas horas se haría realidad las peticiones que unos días antes habían escrito en sus cartas buzoneadas con expectante emoción.
Subir a las carrozas, recorrer las calles abarrotadas de la ruidosa niñería y saludarles con gesto real, lanzándoles al mismo tiempo caramelos e ilusiones era como navegar en el aire, despegarse de los problemas y miserias diarias y adentrarse en el mundo limpio, blanco e inocente de los seres más indefensos y queridos de la tierra entre los que quisieras volver a encontrarte en esos mismos instantes.
Pero la emoción se hizo más fuerte y casi insuperable cuando nuestra egregia visita llegó a los pasillos del Hospital, donde los ángeles que custodiaban a los niños que allí nos esperaban, les hicieron olvidar por unos momentos su cruda realidad para sonsacarles unas sonrisas inolvidables y una alegría incontenible mientras recibían con palpable nerviosismo los juguetes que con un cariño espontáneo les íbamos entregando.
Junto a los niños acosados por la enfermedad no hubo encuentro más agradecido que el de aquellos que sus cartas no podían ser correspondidas por la pobreza o humildad del hogar en el que vivían. La sorpresa y la incredulidad que se manifestaba en sus miradas ante nuestra presencia, te ayudaba a comprender la que sintieron los pastores y los auténticos magos cuando en el portal de Belén contemplaron la misma pobreza y humildad de la que estaba rodeado el niño Dios al que fueron a adorar. Toda una lección plástica de la descripción de ese hecho histórico para la humanidad.
Ser el Rey Gaspar, como lo fui por una sola noche, me ayudó sin duda, a descubrir la estrella que los magos perseguían en el frondoso universo para encontrar al Dios de la historia. Ese Dios que hoy algunos desean enterrar aunque sea a costa de destruir la ilusión y la esperanza de la que millones de niños ayer, hoy y mañana disfrutamos y seguirán disfrutando cada 6 de Enero.
Esos que quieren enterrar a Dios, según indicas, jamas vivieron esta noche mágica, ni como niños, ni como padres, ni como simples personas. Que pena, ellos se lo pierden.
Los mejores reyes.
Una vez vi a los Reyes Magos. No eran tres, eran dos y eran los mejores magos que vi en mi vida. Se las arreglaban para que siempre hubiera algo en los zapatos, Lo mínimo, lo que fuese. Aunque no hubiera nada, ellos lograban que hubiera lo que para nosotros era todo. El tercero nunca lo vi, pero seguro que lo dejaban cuidando a los camellos. Nunca, nunca olvidaré a los dos reyes magos que vi. Seguro que vosotros también lo visteis y sabéis quiénes son y sabéis que son más Magos que Reyes. Si dejásteis de creer, si esta noche no poneis los zapatos, ni la leche, ni el agua, acercaos a vuestros reyes (si aún están) ofrecerles un beso en la frente ( sabéis que los tenéis cerca) y para aquellos que no los tengáis cerca, que sepáis que desde un cielo hermoso siguen viajando para seguir entregando ilusiones y sonrisas…
Agradecerles la herencia porque ahora vosotros os habéis convertido en reyes y en magos. Y lo mejor de todo es que podéis dejarle a vuestros hijos esa magia que os convertirá en reyes y en magos…. Y tal vez, dentro de unos años, recibáis el beso en la frente y así será hasta el fin de los tiempos… Feliz noche para los reyes de hoy, para los de ayer y los reyes del futuro, porque no hay mejor reino que el mágico, ni mejores reyes que vosotros… Gracias.
Un fuerte abrazo y os deseo lo que merecéis!!
Gracias Manolo, muy bonito y ¡¡felices Reyes!!