En España y en términos de calle, el vocablo “régimen” se identifica con la dictadura, fruto de los casi cuarenta años de “régimen franquista”. Lo cierto y verdad es que en Andalucía se ha instaurado un régimen, no desde una ruptura violenta del sistema, sino desde el deterioro del ejercicio del poder conquistado legítimamente en las urnas. Un sistema viciado a lo largo de estos treinta años, por el abuso y la corrupción institucional de quienes han detentado y aún detentan el gobierno de la Comunidad.
Desde mi modesto punto de vista, esto es aún más grave que un régimen dictatorial al uso. Se ha despreciado en las instituciones la representatividad de la oposición; se han utilizado bienes públicos para beneficio del partido gobernante; se han repartido subvenciones y ayudas desde criterios exclusivamente ideológicos y se ha creado una intrincada y compleja red de intereses privados y familiares que han hecho un uso desvergonzadamente fraudulento de los dineros de los andaluces.
Pero donde el nepotismo ya llega casi al paroxismo, es en la politización de las instituciones. La administración andaluza es el más claro ejemplo de ello. Los funcionarios de carrera, indignados por la deriva que ha tomado el reciente Decreto-Ley 5/2010 de Reordenación del Sector Público Andaluz, que abre la puerta a miles de empleados contratados a través de la creación de Agencias Públicas, están, por ahora, clamando en el desierto para que no continúe este disparate y se paralice esta invasión socialista de las instituciones.
El clamoroso escándalo de los ERE, nos ha llenado de vergüenza a todos los andaluces. Los acertadamente llamados “fondos de reptiles”, dotados al parecer con más de 700 millones de euros para empresas, han servido para llenar los bolsillos de dirigentes políticos del socialismo andaluz, manchando sin pudor alguno, sus propias siglas y sin que apenas hayan reaccionado como hubiera sido lo normal. Denegar comisiones de investigación, no asumir sus responsabilidades y no presentar dimisiones, como se hace en cualquier democracia que se precie, es propio de los regímenes totalitarios. Si a esto se le añade el intento de lanzar infundios sobre la juez que lleva el caso, el lamentable espectáculo está servido.
A este desgraciado panorama hay que añadir el drama más intenso que sufrimos las familias andaluzas: el paro. Treinta de cada cien andaluces en edad de trabajar sufren la frustración del desempleo mientras otros, precisamente los responsables de dar confianza a nuestra economía, incentivar nuestras empresas y promover políticas activas de empleo, se dedican a despilfarrar y desperdiciar la riqueza y el potencial de las gentes de nuestros pueblos y ciudades.
Pero si en algo hay que incidir es en el bajo nivel de nuestra educación. Andalucía, cosecha un índice de repetidores en su alumnado del 43%, la segunda Comunidad Autónoma en esta categoría, según el informe PISA. El régimen socialista andaluz anda obsesionado por la educación sexual libertaria y degradante, por el aborto, la eutanasia o la ideológica igualdad de género mientras han menospreciado la educación de la gramática, la historia, las matemáticas, las lenguas y menos aún la educación en los valores culturales, éticos o morales de nuestros niños y jóvenes.
A los que puedan argumentar que mi reflexión adolece de un exceso de crítica negativa, les puedo conceder que en estos años, Andalucía, por ejemplo, ha desarrollado fuertemente sectores tan importantes como el turismo, los servicios, la agricultura…y que sus comunicaciones han dado un fuerte impulso a su modernidad, facilitando su conexión con todas las partes del mundo. Aeropuertos, autovías, trenes de alta velocidad, puertos han sido el fruto del esfuerzo de sucesivos gobiernos de diferentes signos políticos.
También la Unión Europea con los fondos comunitarios ha contribuido decisivamente en estas últimas décadas a incrementar la riqueza de los andaluces. Esta no es la cuestión, lo preocupante es que en estos años, el partido socialista ha buscado siempre patrimonializar la vida de los andaluces y confundir al PSOE con Andalucía. En definitiva instaurar un “régimen” que, afortunadamente, ha iniciado ya el camino sin retorno hacia su final y esto será muy beneficioso para la salud democrática de los andaluces, para la regeneración del propio partido socialista y especialmente para la recuperación económica y social de Andalucía.