El vaticinio se cumplió. La catastrófica y breve legislatura que acaba de finalizar, ha consumido y desperdiciado para España cuatro meses de gobierno y administración de los asuntos públicos que incumben y afectan a la vida diaria de sus ciudadanos.
El espectáculo circense de un Parlamento inservible; las idas y venidas de unos diputados/as airados, arrogantes, novatos, desastrados y en ocasiones hasta infantilmente enfrentados, ha sido el signo más evidente de una nueva generación sorprendentemente inmadura, que está a muy larga distancia de entender el sacrificio y el relevante esfuerzo de nuestra transición política.
Por otra parte, estas “ilustres señorías” han demostrado con creces, tener una incapacidad absoluta para el diálogo y entendimiento en el ámbito político o social al contrario de lo que se ha venido fomentando y practicando, hasta ahora, desde unas relaciones personales correctas, cordiales o amistosas, a pesar de las normales e incluso fuertes discrepancias en los planteamientos de unos u otros.
A la mayoría de españoles, acostumbrados a sesiones con debates de alto contenido político, técnico o intelectual a lo largo de la historia de nuestro parlamentarismo, la contemplación de gestos, vestimentas y desdenes acompañados de tonos y palabras amenazantes, desprecios personales y palabrería vana y tediosamente repetitiva nos ha producido una enorme preocupación y desazón.
Los que hemos tenido el privilegio de dedicar una parte de nuestra vida al servicio público en diversos escenarios nacionales e internacionales, especialmente parlamentarios, no podemos cuanto menos que asombrarnos ante la escasa capacidad de diálogo y talante democrático de esta nueva casta política.
Mi insistencia en este vocablo no es más que querer demostrar que aquellos que han clasificado a los protagonistas de la “vieja política” como componentes de una casta excluyente y depredadora de la sociedad, han practicado a lo largo de estos cuatro meses sin rubor alguno, el sistema de “apartheid” de Sudáfrica o de Estados Unidos, en un frustrado intento de crear una nueva casta desde la izquierda.
Permanentemente, Sánchez, Iglesias, Garzón y el tibio Rivera, han intentado, entre unos y otros, unir sus débiles fuerzas con el solo objetivo de echar del gobierno al Partido Popular, es decir aislar a la derecha española a modo de “apartheid” político, con el fin de arrinconarlo a nivel nacional al igual que se hizo en aquel Pacto del Tinell, donde se le excluyó de toda posibilidad de acuerdo y diálogo, en favor de una casta de izquierda y nacionalista que tantos dolores de cabeza nos sigue ocasionando.
Pero hay una nueva oportunidad para evitar este dramático resultado que tanta desconfianza y asombro ha originado en nuestros socios europeos, en los mercados internacionales y en la estabilidad de nuestra propia economía. Somos llamados de nuevo a las urnas el 26 de Junio. Vamos a acudir a estas nuevas elecciones con la lección bien aprendida. España no puede permitirse por más tiempo el lujo de un gobierno sin respaldo parlamentario.
Somos una potencia europea que hemos hecho historia a lo largo de los siglos. Progresar no es destruir el pasado y menos aún el reciente con sus errores, sus aciertos, sus sacrificios, sus éxitos y fracasos. Progresar es conservar nuestra riqueza cultural, social o religiosa en sus distintas tradiciones y manifestaciones populares. Progresar es reformar los partidos y nuestra legislación, desde la ley fundamental o Carta Magna hasta la ordinaria, para adecuar nuestros territorios o instituciones a las nuevas exigencias de un mundo más global y tecnificado.
Progresar es también que nuestros líderes empaticen con la sociedad, con sus inquietudes y preocupaciones; que sus palabras y hechos no se contradigan; que inspiren confianza y no rechazo. Llama la atención la acritud y la tensión que han transmitido a los ciudadanos durante esta corta legislatura. No se puede sustituir el diálogo, el debate y la capacidad de entendimiento por el uso abusivo de ruedas de prensa, de presencia en los platos televisivos o de escuetos mensajes twiteros…
La política exige, como todo en esta vida, relaciones personales fluidas, amables dentro del distanciamiento dialéctico, cortes y educado en las formas, aunque a veces tenga que ser crudo y en ocasiones descarnado en el fondo. Estoy convencido que el votante ya no necesita el martilleo de una campaña al uso. Tiene elementos ya para reflexionar.
Los candidatos solo deben ayudar a esa reflexión y convencer con argumentos claros y convincentes para que por segunda vez confirmen su elección o rectifiquen en favor de quienes tienen una idea de España encarnada en una Europa más fuerte, más solidaria, que destierre y combata la corrupción con una educación y cultura de la austeridad, del esfuerzo, del trabajo individual digno y justamente retribuido y persiguiéndola al mismo tiempo con todo el peso de la ley.
Decía Henry Ford que “el fracaso es simplemente la oportunidad de comenzar de nuevo, esta vez de forma más inteligente”. El 26 de junio volveremos a las urnas. Que sea la inteligencia, la razón y el sentido común de candidatos y votantes quienes nos hagan superar con éxito uno de los episodios más incomprensibles y frustrantes de nuestra democracia.