“Las universidades deberían favorecer las condiciones para que el pensamiento riguroso y, por consiguiente, el desacuerdo, el juicio independiente y el cuestionamiento de asunciones obstinadas pueda prosperar en un ambiente de gran libertad” Así reza este pronunciamiento en la Declaración de Chicago del año 2015, que nació precisamente para contrarrestar el clima de censura que se vivía y aún hoy subsiste en los ambientes universitarios de los Estados Unidos.
Venimos asistiendo desde hace algunos años a un movimiento de rechazo e intolerancia en algunas universidades españolas hacia quienes, de una forma pacífica y dialogante, desean exponer en esos foros sus ideas o posiciones sobre diferentes temas culturales, religiosos o políticos.
Hace tres años en el recinto de la Universidad Autónoma de Madrid, un grupo de unos doscientos estudiantes impidieron violentamente a Felipe González y Juan Luis Cebrián celebrar una conferencia. Ayer mismo en la Universidad Autónoma de Barcelona la candidata por el partido popular Cayetana Alvarez de Toledo fue acosada, con inusitada violencia, por un grupo de nacionalistas e independentistas en un acto organizado por “S’ha acabat”., con el objetivo de impedir su acceso al recinto: la democracia entra por la puerta principal sentenció acertadamente Cayetana.
Al margen del clima de tensión que normalmente acompañan a las campañas electorales resulta especialmente alarmante que en el seno de nuestras universidades se produzcan estos actos de intolerancia y violencia antidemocrática, en la medida que constituyen un ataque directo a la libertad de expresión y de pensamiento de ciudadanos, asociaciones o grupos políticos que desempeñan sus actividades en un Estado de derecho y que desean exponer e intercambiar ideas o debatir propuestas en un clima de normalidad democrática.
Resulta también paradójico y escandalosa, la hipocresía de quien como Pablo Iglesias, líder de Podemos y de la formación que ha abanderado sonados escraches a personajes públicos, como el que le practicaron a la Vicepresidenta Soraya Sainz de Santamaría o los que Rita Maestre y sus correligionarias podemitas realizaron contra la capilla de la Universidad Complutense de Madrid, diga ahora que se siente compungido por lo acontecido en Barcelona. Su benevolencia y simpatía hacia partidos políticos como Bildu o los catalanistas hoy sentados en el banquillo de los acusados ante el Tribunal Supremo, por graves delitos de rebelión y sedición, le hacen también responsable directo o indirecto de los desmanes de quienes se declaran enemigos de las libertades y la convivencia pacífica entre ciudadanos.
Nadie duda hoy del derecho a protestar si se hace de una forma pacífica y civilizada y menos aún en la Universidad que se supone que es de donde emana la energía intelectual de una sociedad. Escuchar respetuosamente antes de protestar permite el ejercicio de poder discrepar y al mismo tiempo aprender que en definitiva es la sagrada misión de cualquier centro educativo.
Como bien señala el profesor Robert P. George de la Universidad de Princeton “esta disposición a tomarse en serio a las personas con las que discrepamos -y no a la indiferencia relativista- es lo que nos vacuna contra el dogmatismo y el pensamiento de grupo, tan tóxicos para la salud de nuestras comunidades académicas y para el funcionamiento de las democracias”.
Publicado en Diario SigloXXI, MelillaHoy